El Papa proclama santos al obispo salvadoreño Óscar Arnulfo Romero

En la fachada de la basílica de San Pedro colgaban desde hacía tres días las imágenes de los rostros de los siete nuevos santos que han entrado este domingo en la Iglesia. En el centro, se encontraban el papa Pablo VI y Óscar Romero, el obispo que defendió a los pobres y denunció ante el mundo miles de asesinatos de los escuadrones de la muerte en El Salvador.

El salvadoreño terminó asesinado por un francotirador de ultraderecha que le disparó el 24 de marzo de 1980 mientras levantaba el cáliz de la eucaristía en plena misa. Este domingo ambos han sido canonizados por el papa Francisco junto a la monja española Nazaria Ignacia March, que conoció a Bergoglio realizando su labor en las villas miseria de Buenos Aires.

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“Es emocionante. Hemos esperado esto durante años”, dice Marisa Rauda, con una foto del religioso entre las manos. Como ella, casi todos los salvadoreños mayores de 40 años, recuerdan lo que estaban haciendo aquella tarde de 1980 cuando se conoció su muerte. La canonización de Monseñor Romero se convirtió también en un poderoso acto político de reivindicación del obispo, asesinado por sicarios vinculados al ejército, y de la Iglesia que escogió la opción de preferencias por los pobres. Un complicado camino que ha pagado con sangre. Solo El Salvador tiene un museo de los mártires para recordar la larga lista de religiosos asesinados, entre ellos Rutilio Grande, Ellacuría o Romero.

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